Galileo Galilei (1564-1642) Si las grandes dotes de observador de Tycho y las grandes dotes de teórico de Kepler dieron lugar a la consolidación de la Teoría Heliocéntrica, la obra de Galileo marca el fin de la Revolución, constituyendo el inicio de la Nueva Ciencia. Sólo hay que esperar unos años más para que todo el mundo acepte el heliocentrismo y Newton asiente los pilares de la física clásica. Al igual que Copérnico y que Kepler, Galileo creía en que la explicación del Universo debía ser hecha a través de las Matemáticas, pero, al contrario que éste, no consideraba, en absoluto, que ciertos números pudieran tener especiales propiedades.
Galileo Galilei nació en Pisa en 1564, en el seno de una antigua familia florentina perteneciente a la burguesía. En 1581 inició estudios de medicina en Pisa, si bien sus intereses estuvieron desde el principio dirigidos a las Matemáticas, no sólo desde el punto de vista teórico, sino prestando gran atención a las Matemáticas aplicadas, así como a la técnica y la observación empírica.
En 1589 obtuvo un puesto de profesor auxiliar de Matemáticas en la Universidad de Pisa y, en 1592, el de Profesor de Matemáticas de la Universidad de Padua, donde estuvo hasta 1610 y donde enseñaba la teoría de Tolomeo a pesar de considerar a la de Copérnico como la que más probablemente representaba la realidad. Allí pasó los mejores años de su vida, debido en parte a la gran libertad de pensamiento de que gozaban los docentes de esta Universidad, bajo los auspicios de la República de Venecia. De allí fue a Florencia, donde trabajó bajo la protección de los Médici. Procesado en 1632, Galileo murió en Arcetri en 1642.
Por otra parte, si Kepler, una vez resueltos o eludidos los frecuentes problemas familiares y personales a que tuvo que enfrentarse a lo largo de su vida, se ocupaba básicamente de sus investigaciones, Galileo, además, se interesaba por hacer propaganda y, siempre que fuera posible, por sacar partido económico de las mismas, así como de fomentar su, sin duda, merecida fama.
Tras observar con su telescopio las fases de Venus y los satélites galileanos girando alrededor de Júpiter que apoyaban la Teoría Heliocéntrica y las manchas solares y las montañas de la Luna, que extendían a los inmutables cielos las cambiantes características de la Tierra, comenzaron a ser lanzadas las primeras acusaciones de herejía contra Galileo. Al contrario que otros copernicanos de su época que guardaban para sí y para su círculo de amigos su convicción o que, simplemente, no encontraban en discusiones de tipo teológico, Galileo llegaba casi a una postura desafiante contra los inquisidores. Quizás le animaba el reconocimiento que en un principio obtuvieron sus descubrimientos con el telescopio por parte de las más altas autoridades eclesiásticas, así como su gran autoridad en el ámbito filosófico.
En 1615 fue a Roma para defender personalmente sus propias tesis, habiéndole pedido el inquisidor cardenal Bellarmino (miembro del tribunal que condenó a Giordano Bruno y, posteriormente, canonizado) que demostrara el movimiento de la Tierra. El resultado fue, sin embargo, la inclusión del De Revolutioníbus en la lista de las obras prohibidas y el veto a él de dedicarse en lo sucesivo a la cuestión.
A pesar de todo, en 1632 llevó a cabo la publicación de una de sus dos obras más importantes: Dialogo sopra i due massimi del mondo, en la que confronta los argumentos de las teorías geocéntrica y heliocéntrica. Galileo obtuvo la autorización para la publicación de esta obra presentándola como un diálogo entre dos interlocutores: un geocentrista y un heliocentrista, en presencia de un tercero que desea conocer a fondo los argumentos de ambas teorías. Sin embargo, rápidamente fue procesado, obligado a abjurar y condenado a la pena de prisión perpetua, que le fue, no obstante, conmutada por la de aislamiento del mundo
•Descubrimiento del telescopio
En primer lugar, Galileo concibió el proyecto, una vez tenidas noticias sobre tal instrumento, para sacar partido económico con su venta a la República Veneciana, obteniendo, de hecho, la confirmación de por vida en la cátedra de Padua, con doble salario. En segundo lugar, Galileo, para defenderse de quien minimizaba el mérito de su descubrimiento por saber ya de antemano de su existencia, argumentaba que es más difícil llegar a la resolución de un problema planteado que encontrar tal solución por puro azar, como le ocurriera al holandés que había previamente construido el aparato.
El telescopio de Galileo tenía una lente objetivo convexa y una ocular cóncava, con lo que producía imágenes no invertidas y virtuales. Los primeros descubrimientos que hizo con el telescopio, se encuentran expuestos en el Sidereus Nuncius, obra escrita en latín y publicada en Venecia en 1610 y que envió, entre otros, a Kepler. Este se tomó bastante interés por ella y le contestó en otra obra breve, Disertatio cum Nuncio Sidereo, en la que, junto a muchos elogios, no faltan también críticas ácidas a algunos de los razonamientos de Galileo. En el Sidereus Nuncius, Galileo describe el telescopio y explica sus primeras observaciones:
•Descubrió, en la Luna, montañas similares a las de la Tierra, pero mucho más altas.
•Observó las estrellas de la constelación de Orión y de las Pléyades, descubriendo la existencia de muchas de ellas no visibles a ojo desnudo y encontró que la Vía Láctea era, en realidad un agregado de estrellas individuales. De especial interés es la observación que hace Galileo de que el tamaño de las estrellas, cuando se observan con el telescopio, no aumenta tanto como en el caso de los planetas o de los demás cuerpos.
•El Sidereus Nuncius se concluye con el descubrimiento de los satélites de Júpiter v la descripción detallada de sus posiciones y brillos entre los días 7 de Enero y 2 de Marzo de 1610.
•Más adelante, Galileo descubrió las fases de Venus y la variación de su tamaño aparente y los anillos de Saturno.
•Estudió las manchas solares, que contribuyeron a refutar la idea de la imperturbabilidad de los cuerpos celestes, así como le permitieron determinar la posición del ecuador solar y calcular su período de rotación.
Las observaciones que, con el telescopio, realizó Galileo aportaron las pruebas más fuertes en favor del heliocentrismo, que pueden ser enumeradas del siguiente modo:
1. Las fases de Venus, unidas a su variación de tamaño, son sólo compatibles con el hecho de que, gire alrededor del Sol, ya que presenta su menor tamaño cuando se encuentra en fase llena y el mayor, cuando se encuentra en la nueva; es decir, cuando está entre el Sol y la Tierra, El hecho de que, sin la ayuda del telescopio, no se apreciaran las necesarias variaciones de luminosidad de Venus, si se quería que éste girase en torno al Sol, se explicaba entonces claramente también por la disminución de la superficie iluminada visible desde la Tierra cuando el planeta está más próximo a ella. Además, por sus fases, Venus resultaba ser, lo mismo que la Luna, un cuerpo obscuro.
2. El descubrimiento de las montañas de la Luna, la hacían similar a la Tierra.
3. Los satélites de Júpiter suponían que la Tierra no sería el único caso de cuerpo girando alrededor del Sol, sobre el que, a su vez, gira otro. Estos tres puntos implicaban que, al margen de las estrellas y cometas, todos los cuerpos del Universo, excepto el propio Sol, eran semejantes entre sí.
4. El menor tamaño angular de las estrellas evitaba los inconvenientes de Tycho al modelo de Copérnico en el sentido dé que si la esfera de las estrellas fijas se hacía suficientemente grande para que no fueran apreciables efectos de paralaje por el movimiento orbital terrestre, las estrellas deberían ser enormes.
Vemos, en definitiva que las pruebas en favor del heliocentrismo aportadas por Galileo son de carácter fundamentalmente empírico y en absoluto basadas en elucubraciones simplemente mentales. Es cierto que Galileo, como Copérnico,. Tycho o Kepler, es un platónico. Pero en el sentido, de que para él, lo mismo que para los otros tres, el Universo ha de poder ser explicado mediante los números, pero Galileo no elucubra sobre si la naturaleza cristalina o no de la Luna existen las montañas porque él (o cualquier otro, con ayuda del un telescopio) puede observarlas. No elucubra sobre si Venus debe moverse o no alrededor de la Tierra. Sencillamente, verifica con sus propios ojos, que gira alrededor del Sol.
Relación de Galileo con Kepler
Es obvio que Galileo respetaba a Kepler como éste se merecía. Sin embargo, en diferentes ocasiones se ha dicho con razón que, sea por orgullo o por rivalidad, Galileo nunca se mostró muy dispuesto a reconocer demasiado explícitamente los méritos de Kepler, a menos que ellos le conviniera para apoyar sus propias ideas. Es, también, sabido que nunca hizo la menor propaganda o utilización de las leyes de Kepler sobre el movimiento planetario, aunque en su descargo se puede decir (aunque no lo justifique por completo) que las leyes de Kepler suponían un refinamiento de la teoría planetario basado en unas observaciones de las que, por cierto, nadie excepto Kepler, disponía, en tanto que la revolución se articulaba en si era la Tierra o el Sol el que se encontraba en el centro del Universo. Es, por tanto, lógico que el debate (y el propio proceso a Galileo) girara simplemente alrededor del heliocentrismo y no alrededor de la elipticidad o circularidad de las órbitas o del período de éstas, por más que algunos de los matemáticos y astrónomos de la época empezaran a estar en posesión de tales conceptos.
Si, no obstante, Galileo no puede ser del todo justificado, es porque los descubrimientos de Kepler también contribuían a que el heliocentrismo (y, hasta cierto punto, el modelo de Tycho) fuera conceptualmente más aceptable que el geocentrismo clásico, En efecto, las órbitas elípticas con el Sol en el foco y la dependencia de la velocidad de los planetas y de sus períodos orbitales con la distancia al Sol hacía todavía más difícilmente sostenible el geocentrismo, sobre todo el clásico.
Galileo encontró dificultades para que sus observaciones con el telescopio fueran aceptadas. En primer lugar, es muy interesante el hecho de que Kepler las asumiera sin necesidad de verificarlas por sí mismo. Efectivamente, Kepler era consciente de la capacidad de Galileo y de sus propias limitaciones como observador, debidas a sus defectos de visión, entre los que se encontraban la miopía y la visión doble. Eran, sin embargo, los menos expertos los que más resistencia oponían a tal aceptación. Al margen de aquellos que ni siquiera estuvieron dispuestos a mirar a través del anteojo, que Galileo puso a disposición de todos los que quisieran constatar sus observaciones, cabe, en cambio, decir algo en defensa de los que miraron y no vieron nada. En primer lugar, de todos los telescopios que construyó Galileo, sólo unos pocos eran suficientemente buenos como para hacer visibles las cosas que él veía. En segundo lugar, cualquier persona sin experiencia a la que se haga mirar a través de un telescopio (también hoy día), empieza por tener dificultades incluso para poner el ojo en el lugar apropiado para ver algo y continúa, una vez superado este primer paso, por no ser capaz de distinguir casi nada de lo que un observador experto puede ver.